27 noviembre, 2006

CAPÍTULO 5

¿QUÉ JUEGO?
¿De qué juego son “amos y señores” los americanos? Para muchos autores cabe hablar de un nuevo tipo de guerra.
En el mundo de la posguerra fría han desparecido los bloques antagónicos, y los hombres, o al menos la mayoría de ellos, se adscriben a la economía de mercad. La prioridad de los Estados es ahora adaptarse a la competición económica. Ésta parece tanto más feroz por cuanto hay en marcha una nueva revolución industrial (cuyos motores son la electrónica, la informática y la revolución de las telecomunicaciones) con nuevas rivalidades por doquier (dragones o tigrecitos asiáticos, antiguos Estados comunistas).
El ritmo acelerado al que avanzan las comunicaciones y los transportes y su súbito abaratamiento parecen cancelar las dimensiones de espacio y tiempo. Hoy hay muchos productos que se fabrican, montan y consumen en puntos muy distantes del planeta. Las multinacionales son empresas en red y recurren a la subcontratación en países del Sur donde establecen vínculos contractuales precarios, y a los que sumen en una competencia encarnizada.
La velocidad a la que se mueven masas de capitales cada vez mayores crea un espacio financiero mundial donde los Estados ya no controlan el juego monetario mundial y son prestatarios comunes que en todo momento deben dar muestras de su seriedad ante los operadores. Se ha dicho mucho eso de que los nuevos amos del mundo son los jubilados de Florida gracias a sus fondos de inversión.
No obstante, la globalización no elimina las diferencias; los desiguales índices de crecimiento dan buena fe de ello. Entre 1965 y 1999 [...] los países sin litoral registraron un crecimiento menor al de los países costeros. Y los países tropicales crecieron un 1,3% menos que los países templados. Con el paso del tiempo, las tecnologías de la información brindarán a los países enclavados y tropicales nuevas oportunidades de participar en la economía global. Acaso el decepcionante balance de las agriculturas tropicales signifique que en el futuro debamos aceptar como normal una situación en la que África y otras regiones tropicales se alimenten con las exportaciones de los países templados.
Tras el final del ordenamiento Este-Oeste, la globalización de los intercambios y el cuestionamiento de las cohesiones nacionales, no hay muchos Estados occidentales o ex comunistas que no le den vueltas al tema de su identidad, de su lugar en el mundo. Además, por un lado, las relaciones económicas tienden a superar o incluso a dominar a los Estados y por el otro esos mismos Estados saben mejor que nunca que su prosperidad y poder son indisociables de su situación dentro de esos flujos. Cuanto más se desarrolla un Estado, más depende de esas corrientes mundiales.
DISTINTOS ORÍGENES DE LA GUERRA ECONÓMICA
EL DERRUNBE DEL SISTEMA MONETARIO
El derrumbe del sistema monetario de Bretón Woods y la flotación casi generalizada de monedas desestabilizaron los tipos de cambio a principios de la década de 1970. La misión de “estricta vigilancia” encomendada al FMI en virtud de los acuerdos de Jamaica de 1976 no pasa de ser una declaración de buenas intenciones, al menos en los que a los grandes países industrializados se refiere. Es cierto que en la segunda mitad de la década de1980, los acuerdos del G-7 conocidos como acuerdos del Plazza, del Louvre y de Bercy, lograron un importante avance limitado la flotación de monedas y estableciendo la obligación de brindarse apoyo mutuo en casos de excesiva variación.
Paro si no se los inscribe en una perspectiva sostenible, esos acuerdos no tardan en tocar techo. Las cumbres del G-8 sirven, desde luego, para que los principales ministros de Economía y Finanzas y los gobernadores de bancos centrales intercambien información, pero difícilmente pueden paliar la falta de un sistema monetario internacional digno de tal nombre. De modo general, se observa que las fluctuaciones de los tipos de cambios tienden a acentuarse cuando los mercados tienen la impresión de que la cooperación internacional se estanca os e debilita.
La reconstrucción de un verdadero sistema monetario internacional es tan necesaria como difícil. Es necesaria porque le “no sistema” en vigor desde 1973 ha propiciado fluctuaciones de tipos de cambio desconectados de las realidades económicas fundamentales, lo que ha favorecido la aparición de distorsiones de la competencia proclives al desarrollo de presiones proteccionistas. La inestabilidad de los tipos de cambio también ha originado costes y generando incertidumbre a las empresas, bancos y Estados. Tampoco cabe duda de que ha falseado las políticas de inversión y favoreciendo una discutible asignación de recursos a escala mundial. No hay que confundir la indiscutible eficiencia técnica que han alcanzado actualmente los mercados de capitales con su eficiencia macroeconómica, que dista mucho de ser perfecta. Pero la creación de un nuevo orden monetario internacional es una tarea muy difícil.
LA “TRÍADA”
Por efectiva que sea, la globalización ha mantenido una división mundial en tres zonas. Esta tríada, por usar la expresión acuñada por Kenichi Ohmae, delimita las zonas de influencia de tres monedas; el dólar, el yen y el euro, cada una de las cuales está adscrita a una esfera real: el continente americano, el continente asiático y la Unión Europea.
La “tríada” representa al 15% de la población del mundo y más de la mitad de su riqueza, el grueso de sus inversiones y la práctica totalidad de intercambios tecnológicos. Concentra todos los puestos de mando de la economía mundial. Esta última tiende a organizarse de forma dual: por un lado se constituyen bloques en torno a Estados Unidos, la Unión Europea y Japón (que se ramifican en mercados y zonas de influencia), que tan pronto se asocian como compiten unos contra otros y presentan mercados y sistemas de producción homogeneizados (“globalización de la economía”); por el otro, la marginación económica de los países al sur del Trópico de Cáncer.
Países dominantes, países centrales: ¿cuáles son los instrumentos de dominación de las relaciones económicas internacionales? La dominación estriba, al parecer, en la construcción y ejercicio de seis grandes tipos de oligopolios. Participar en estos oligopolios equivale a acceder al estatuto de país dominante.
LOS OLIGOPOLIOS DE LA DOMINACIÓN
Uno de estos oligopolios es el de las armas decisivas. Muy a menudo se olvida que la economía se organizó en un contexto de guerra fría. El crecimiento extremadamente acelerado de la producción y comercio de armas no hizo más que reforzar esta evolución. Aunque la diseminación de armas en el mundo aún no permite desafiar la hegemonía de los países con armas “decisivas”, cada día surgen nuevos desafíos limitados.
EL segundo oligopolio es el de la investigación científico-técnica y la innovación. Los potenciales de investigación e innovación están casi totalmente controlados por determinadas instituciones (Estados y grandes empresas” pertenecientes a un pequeño número de países. Los demás países dependen, en estos ámbitos, de ellos. Esta dependencia genera lo que se suele denominar “transferencia tecnológica”, que trae consigo una transferencia de lenguajes, de normas técnicas y de gestión, de valores culturales y de usos en materia de producción y consumo.
El tercer oligopolio es el de la comunicación. Apenas cuatro agencias de prensa de tres países occidentales configuran y transmiten las noticias que después difunden distintos medios a lo largo y ancho del Globo.
El cuarto oligopolio es el de los modos de gestión. El modo de producción dominante ha sido forjado en los países desarrollados con economía de mercado. Las reglas técnicas de la producción han quedado establecidas por las empresas multinacionales. Imponen normas y crean filiales, redes de subcontratistas y de empresas conjuntas.
Desde un punto de vista comercial, unos pocos actores ejercen una influencia determinante (quinto oligopolio). En 1990, los 24 países que constituyen el grupo de las economías de altos ingresos, según la clasificación del Banco Mundial, acaparaban el 80& del comercio en el mundo (importaciones y exportaciones, exceptuando los servicios y la URSS); la parte correspondiente a la tríada UE-Estados Unidos-Japón representaba por sí sola el 60% del total de intercambios de bienes y servicios (comercio intracomunitario incluido). Lo más importante es que quienes establecen los precios y las normas técnicas de los bienes son los mismos de siempre, es decir, una vez más la tríada UE-Estados Unidos-Japón. Por último, los flujos comerciales directamente dependientes de los planes de las empresas multinacionales, los que se llevan a cabo dentro de esas mismas empresas (entre filiales y entre filiales y empresas matriz), representan por sí solos alrededor del 30% del actual comercio mundial. Por ese motivo, el comercio internacional se parece cada vez menos a un comercio de mercancías entre exportadores de un país e importadores de otro. Cada día se parece más a una red de filiales organizadas por la que circulan elementos de productos entre compañías que componen las empresas multinacionales, filiales organizadas por estas empresas. Los precios de los productos son los precios internos de las multinacionales, precios de transferencia que no tienen prácticamente nada que ver con los precios del mercado “competitivo” que describe la teoría tradicional. Los precios pasan a depender de las estrategias financieras de las empresas multinacionales.
Hay que hablar, por último, de un sexto tipo de oligopolio: el financiero. En la actualidad, la red mundial de los flujos monetarios está dominada de forma casi absoluta por la instituciones financieras de unos diez países occidentales: grandes bancos comerciales, bancos centrales de los principales países occidentales o ciertos inversores institucionales de mucho peso.
CONSECUENCIAS
AGRAVAMIENTO DE LA GUERRA ECONÓMICA
Además de señalar todos estos elementos oligopólicos en la estructura misma del sistema económico mundial, cabe apuntar algunas de sus consecuencias. La primera de ellas es que se tiende a estudiar cada vez más la economía mundial en términos de conflictos, coaliciones o “partenariados” entre grandes actores: principalmente los Estados (el grupo de Estados que es la UE y, en menor mediad, Norteamérica en su conjunto) y las multinacionales. Ya no sirven las teorías que postulaban las competencia entre un número ilimitado de actores más o menos iguales y sin verdaderos poderes. El pensamiento económico reaprende a interpretar la vida económica en el mundo en términos de luchas y armisticios provisionales entre grandes actores que disponen de grandes poderes reales.
Hoy tienden a considerarse que el sistema económico mundial es un conjunto de subsistemas interdependientes en el que un pequeño número de países desempeña el papel de países-foco o países centrales. Algunas de sus instituciones, simultáneamente cómplices y rivales en un “partenariado” de hecho, establecen el grueso de los flujos comerciales, financieros, informativos y técnicos del mundo, mientras que los demás países y sus instituciones se ven relegados a un estatuto dependiente, periférico.
A pesar de todo, estos países dominantes parecen vulnerables, principalmente por sus líneas de comunicación. También son vulnerables desde el punto de vista de su abastecimiento en ciertos productos básicos provenientes de países en los que la evolución política podría provocar serios desequilibrios. Y el ejemplo de la OPEP, que saca partido de una producción vital para la economía, podría extenderse a otras producciones.
LA “AUTORREGULACIÓN” DEL SISTEMA ECONÓMICO O EL FINAL DE LA POLÍTICA
La globalización financiera no está exenta de inconvenientes y riesgos. Para empezar, ha generado ciertas limitaciones. Las autoridades públicas han perdido el control de los fenómenos financieros. Con tipos de cambio variables, todos los países tienen que tomar en cuenta la evolución de la demanda extranjera de su moneda nacional a la hora de decidir su política monetaria. Para un país pasa así a ser muy difícil alejarse de los tipos de interés de sus principales socios, ya que se expone a fluctuaciones de los tipos de cambio inducidos por los movimientos de capitales de corto plazo.
Otro riesgo de la globalización financiera está en que los movimientos de capitales siguen su propia lógica, que puede estar muy desligada de la economía real. Esto resulta ante todo de la importancia de las transacciones sobre los mercados: las operaciones de cambio representan más de cincuenta veces el valor del comercio internacional de bienes y servicios. Pero esta desconexión se debe también a la aparición de nuevos actores, como los inversores institucionales que pueden movilizar grandes capitales o incluso los hedge founds9" de indudable capacidad desestabilizadora, aunque sólo impliquen capitales limitados puesto que por definición asumen riesgos.
Los mercados de productos derivados se consideran a menudo un factor adicional de inestabilidad financiera. En efecto, favorecen las actividades de especulación pura. Los mercados emergentes son a su vez una fuente de inestabilidad. Las Bolsas carentes de liquidez padecen una fuerte volatilidad de los cursos y son vulnerables a los movimientos de los capitales internacionales. A medida que se modernizan, cualquier información, cualquier nuevo acontecimiento, repercute más rápidamente y con más fuerza sobre los cursos.
Por último, los flujos de entradas de capitales pueden complicar el ejercicio de una política económica. En efecto, provocan una presión al alza de los tipos de cambio reales que reduce la competitividad, una creación monetaria excesiva y subidas a menudo brutales de los tipos de interés que frenan la actividad. La subida de los tipos de cambio reales es inherente a las políticas monetarias restrictivas, a la necesidad de atraer capitales externos.
¿DESAPARICIÓN DEL ESTADO?
El primer efecto de esta guerra económica, vista desde los países del Norte, es el declive del Estado. Es evidente que se considera que el Estado-nación no sólo está obsoleto sino que además constituye un freno a las posibilidades de un crecimiento económico continuo. Los presidentes de empresa que recibió el presidente de la República en diciembre de 2001 le explicaron que Francia «iba camino de estrellarse» con su sistema de protección de los más desfavorecidos (mínimos sociales, Seguridad Social universal), su sistema social, sus leyes arcaicas de regulación del tiempo de trabajo, etc. Era su forma de expresar su sensación, pero también su deseo, de una «normalización» globalizadora.
Además del declive del Estado-nación cabe prever la obsolescencia de estructuras como la europea: ¿qué es una zona monetaria, más allá de la sensación de equilibrio que procura?
El espacio europeo no ha conocido hasta ahora, ni lo hará en un futuro próximo, las políticas de contenido social actualmente en marcha. La rivalidad económica no ceja v los más liberales de nuestros socios económicos europeos obstaculizan y seguirán obstaculizando avances significativos en la preservación de conquistas sociales que ellos mismos han desmantelado en sus respectivos territorios.
A su manera, las sectas contribuyen a este cuestionamiento del Estado y de Europa: nada de educación pública, nada de control a priori y sobre todo nada de control a las asociaciones, nada de arbitraje individual, sino arbitraje entre grupos y comunidades.